Me siento un privilegiado de vivir donde vivo, tanto el pueblo como la ubicación de mi casa. Laguna de Duero, ese pueblo a los que unos solo vienen a dormir… pero otros disfrutamos plenamente de sus calles, actividades y sobre todo, de su naturaleza. Suerte o desgracia de estar muy cerca de la ciudad, los que nos sentimos Laguneros, aprovechamos sus ventajas, sabiendo que la mayoría de los recursos los encontramos en nuestro pueblo.
Es hoy, en esta época que nos toca vivir, cuando quiero hacer un especial homenaje a una parte importante de Laguna: su Acequia.
Tu madre, el Canal de Duero, donde podemos encontrar otro agradable y extenso paseo disfrutando de su arboleda, tierras cultivadas, y el canto de los pájaros que hacen una agradable compañía a medida que vas pasando los pueblos cercanos a el.
Muchas veces he andado por el, de Laguna a Valladolid. Otras muchas en bici, por un lado hasta Renedo, por otro, hasta Sardón de Duero…
Pero sin desmerecer al Canal, me quedo con mi querida Acequia. Algunas veces olvidada y poco valorada, otras, necesitada…
Desde su nacimiento, su paseo me transporta a parajes del norte de España, su naturaleza frondosa, variedad de árboles y plantas, el sonido del agua al paso por sus compuertas, ese color verde vivo de sus hojas (tostado en Otoño), los reflejos del Sol entre las ramas que se mueven con el aire, hace que nada más empezar a pasear, tengas la sensación de haber viajado a un lugar lejano.
Estos meses son complicados para mi, puesto que me encanta viajar, en especial a Asturias, hacer excursiones por caminos y senderos y rodearme de su naturaleza. Y estos días en los que no podemos salir más que por el pueblo, la Acequia ha sido mi vía de desahogo que me ha transportado al norte.
Paseo, respiro, cierro los ojos, e imagino… Se que es cruel, aprovecharme de ti, y no ver que realmente me estas dando una imagen preciosa y está aquí mismo, a dos pasos de mi casa, pero no puedo evitar acordarme de Asturias: del Sendero del Oso, de la zona de los Oscos y los caminos perdidos de Taramundi, el entorno de Valle, Gulpiyuri o el Cobijeru, y muchas zonas más que he recorrido.
En otra época te he valorado y disfrutado sin pensar en nada más, tanto en paseo como en bici. Pero ahora, permíteme que haga uso de ti para evadirme y transportarme virtualmente a sitios que no puedo ir (de momento).
Me encantas, porque en ti guardas sorpresas, como aquella ardilla que vi saltar hace unos días de árbol en árbol y que se paró por un instante mirándome como diciendo: últimamente veo muchos como tú por aquí…
Pocas veces he visto gamos, un poco más alejados del camino, otras, oigo ranas y me asomo a las pozas y allí están, haciendo compañía a algunos cangrejos (si, también se pueden ver estos animalillos por aquí).
Pero de toda la fauna que se puede apreciar, me quedo con la agradable música de sus aves. Ir paseando a medida que escuchas el canto de multitud de pájaros distintos es algo espectacular (recomendación: chavales, dejaros los cascos en casa…).
Es una recarga de energía, un consuelo ahora no hay mucho que elegir que hacer, una sesión psicológica anímica, y sobre todo un placer a la vista y oído que hace que debajo de la mascarilla, saque una sonrisa.
Y llegas al final de tu recorrido, uniéndote con el que os dio vida a tu madre y a tí, el Río Duero, sabiendo que has hecho un bien por la naturaleza y agricultura de este pueblo, regando las tierras que tan ricas patatas, cebollas, ajos y guisantes nos da entre otras cosas.
Es un placer que en estos días, haya podido caminar todo tu recorrido, apreciando una vez más todo lo que me puedes dar con tan solo pasearte.
Pako Trenado Cordo.
Mi suegro escribió en su día a la Acequia. Hoy quería ser yo el que rindiera homenaje con mi mala escritura pero sentido sentimiento por ella. Os dejo un fragmento de su escrito:
‘La Acequia me alentó en mis padecimientos ya que: de día, de noche, al alba, al crepúsculo… azadón al hombro, todos los martes y sábados de primavera y verano, deambulaba por ella y sus aledaños hasta que me era factible regar un sembrado al pago de El Pico del Águila. Me sobreponía a la demora haciendo que los forzosos paseos no me trajeran solo aflicciones. Me complacía: observar el agua en su caminar; oír el croar de las ranas; ver bichejos de largos y múltiples apéndices, cosquillear con su patinaje el dorso del húmedo viajero; contemplar las mañosas arañas tejiendo con sutiles filamentos cepos mosquiteros en aliviaderos y yerbajos de junto a la corriente; notar en cándidas florecillas estremecerse al vuelo errático de las libélulas, y allanarse a las afanosas libadoras del apetecible néctar; percibir el terco mosconeo de la ociosa cigarra… Cada sifón, engullendo o regurgitando agua, componía sinfonía que expresaba con eufónica cantilena.
Julio Vallelado Agudo.’